Esta vez el sonido del
portazo a olvido y soledad se clavó en su pecho como un cuchillo. Sin sangre,
ni herida que tapar. Derramando un adiós sin esperanza por sus mejillas.
El ayer disfrazaba una
mudanza y el mañana desnudaba su alma.
Con el corazón a
pedazos y la tormenta desatada en sus ojos, se tumbó en la cama, aquella en la
que los gemidos vibraron hasta alcanzar el clímax meses atrás y ahora solo
acogía los añicos de su corazón.
Sus mejillas sonrosadas
y húmedas no escondían el dolor y la almohada a la espera de darle una
respuesta pretendía ser su refugio calmando su dolor.
Suturar las cicatrices
supo que le llevaría tiempo y solo pensar en quitarse el traje de la soledad
era una autentica penitencia.
Las caricias que un día
recorrieron su cuerpo, solo pensarlas eran puñaladas en el estomago, ya no
había espacio para las mariposas.
Calle abajo caminaba su
desconsuelo con una pequeña maleta pesada de recuerdos y en su interior el
cepillo de dientes y algo de ropa. Se dejó el tequila de las noches con sal y
millones de besos por estrenar.
Sin mirar atrás y con
paso decidido llegó al cruce, levantó la mano a la luz verde que iluminaba el
camino de su libertad y marcaría la esperanza. El taxista arrancó y
desaparecieron entre las callejuelas adoquinadas de un Madrid con olor al café
del desayuno.
Buena Caza!!!